Antes de la pandemia, tuve el privilegio de viajar a la exótica y apasionante Turquía con dos de mis mejores amigas y aunque nuestra experiencia en este lugar fue emocionante, apasionante y aventurera, sentimos por primera vez lo que significa ser diferente entre iguales.
Así pues, después de unos días intensos de turismo, empezamos la búsqueda de un espacio tranquilo para descansar en una de mis ciudades favoritas en el mundo: la mágica "Antalya".
Con el cansancio después de un par de semanas viajando, empezamos la búsqueda de un espacio lejano al abrumador turismo, así que la playa LARA BEACH, con la descripción "no recomendable para turistas" nos pareció la opción mas acertada. ¿Cómo no ser la mejor opción una playa lejana del ruido, arena rugosa y aguas tibias y cristalinas? Con lo que no contábamos era con los ojos de los “iguales”, que no podían dejar de ver y percibir nuestra "diferencia".
Nuestra experiencia empieza al entrar a un restaurante a la orilla de la playa, donde al lavarnos nos pies, nos enfrentamos con la crudeza de un guardia de seguridad, quien en un turco incomprensible, nos dio la primera "red flag" para darnos cuenta que nuestra presencia no era bien percibida en aquel gran lugar.
Así pues, con la ayuda de google translate, nos dimos mañas para pedir algo de comer y por supuesto, solicitar la renta de una carpa para disfrutar de una tarde tranquila frente al mar, a lo cual, con un poco de vergüenza, la señora del restaurante nos advierte lo incomprensible: la playa es únicamente para personas turcas.
Quizás con lo anterior, la primera percepción es que no cumplíamos con códigos de vestido para relacionarnos entre locales, pero a lo sumo digo muy honestamente, entre nuestros trajes de baño y los de las mujeres expuestas en la hermosa playa, no era mucha la diferencia; la única limitación era nuestro pasaporte, idioma y la característica de turista.
Debo admitir que, sentirme limitada hasta donde podía sentarme y ser controlada por un guardia de seguridad que vigilaba todos mis movimientos, generó tal incomodidad que decidimos huir de allí, entre nervios y molestias, por la sensación de rechazo que habíamos sentido.
Así pues, en el camino, un poco agobiada, nacen espontáneamente las múltiples reflexiones sobre lo difícil que significa, en cualquier sociedad, ser diferente entre iguales. Desde que somos unos niños nos colocan la bandera de lo que debemos ser, el “mejor”, el que todo lo sabe y el que sigue el camino adecuado para poder ser catalogado como un adulto exitoso.
Nos hemos acostumbrado a vivir entre parámetros, límites, caminos preestablecidos, con autoridades inocuas y superfluas de poder definir en el otro si es digno de mi sociedad. Los seres humanos reconocemos en nuestro propio miedo, lo que rechazamos, y nos hemos dado la autoridad de desconocer diferentes formas de pensar, de sentir y de vivir. Al final, el mundo simplemente debería facilitarnos los medios para desarrollarnos en nuestra plenitud y propósito, no ser un elemento coercitivo y restrictivo de nuestra genialidad.
No pude dejar de pensar en las luchas que históricamente hemos tenido por catalogar como diferentes: tal como los Cristianos perseguidos y después como opresores, los judíos y su genocidio, siendo ahora quienes desconocen la identidad de Palestina; así como la búsqueda y reconocimiento de los derechos de las mujeres y de la comunidad lbgtiq+. Para lo cual, nacen en mi las siguientes reflexiones:
Creer de una forma en particular, sea cual sea, es una manifestación de fe y confianza = unidad.
Sentir y relacionarse desde el cuidado, sea cual sea la forma, es una manifestación real del amor fuente de nuestra humanidad = unidad.
Al final, olvidamos que la diversidad de los seres humanos es lo que nos permite ser únicos dentro de la misma unidad, permitiéndonos compartir desde diferentes puntos de vista las formas de ver el mundo y construirnos como personas más felices, prósperas y llenas de energía por la vida.
Cuan diferente sería nuestra vida, nuestro mundo y nuestra percepción por la realidad donde vivimos, si se nos permitiera ser libres, decidir con convicción sobre lo que para cada quien es importante y lanzarnos en una caída libre a sentir y disfrutar este impermanente tránsito que se llama vida.
¿Te has sentido diferente entre iguales? Cuéntanos tu experiencia, comparte este post con esa persona, que sabes le dará respuesta a muchas de sus preguntas.
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